AUTORES

martes, 19 de febrero de 2008

ALGO SOBRE GIORGOS SEFERIS (ΓΙΩΡΓΟΣ ΣΕΦΕΡΗΣ)

George Seferis -cuyo nombre real es George S. Seferiadis- aparece en el ámbito de la literatura griega en los críticos años de entreguerras. Nace el 29 de febrero de 1900 (13 de marzo según el nuevo calendario) en Esmirna, ciudad predominantemente griega aunque perteneciente al Imperio Otomano. Abandona esa ciudad a la edad de catorce años con su familia y se instala en Atenas donde lleva a cabo sus estudios secundarios. Esta referencia a su ciudad natal es importante en la medida de que luego de la destrucción de Esmirna por las tropas otomanas en el año 1922, se podría considerar a Seferis como uno de los millones de refugiados del Asia Menor que debieron cobijarse bajo la protección del moderno estado griego.
Luego de terminados sus estudios secundarios reside en París y Londres, donde estudia derecho recibiendo su diploma en 1925. Ese mismo año regresa a Atenas. El año 1926 es incorporado al Ministerio de Relaciones Exteriores de Grecia con el grado de cónsul. Estos años son particularmente difíciles para el pequeño estado de los Balcanes. La derrota sufrida en la guerra contra Turquía y la destrucción del Asia Menor, con el consiguiente arribo de casi dos millones de refugiados griegos que vienen a cambiar las relaciones económicas del país, hacen que la población griega aumente en casi el doble repentinamente y se extienda la miseria por las calles de Atenas y otras ciudades de la Grecia continental. El despliegue de fuerzas que ha significado la campaña de Anatolia y su vibrante espíritu de conquista que inflama los corazones helenos se desploma de pronto y la idea de la recuperación de los límites geográficos del Imperio Bizantino se desvanece en el aire. En esos años de la derrota, surge un movimiento literario encabezado por K. G. Kariotakis que lamenta hasta la autoeliminación el paraíso perdido y la profunda desgracia de la helenidad de no poder recuperar ya nunca mas sus fronteras ni su pujanza de gran nación señera en lo intelectual y lo económico, como lo fuera Bizancio.

Parece significativo que hasta antes de la aparición de Seferis -y de la pléyade de escritores que conformaron lo que se llamó más tarde la “Generación del Treinta”- el problema de la entidad nacional helena no haya sido enfrentado directamente y se le haya soslayado apenas. Sólo unos pocos escritores aislados, durante el siglo XIX, se plantearon el problema de una manera profunda; pero sus voces fueron ahogadas en la maroma de los conflictos sociopoliticos internos griegos, que no vinieron a encontrar un atisbo de solución sino hasta la fecha de la gran catástrofe. Vale decir, la pérdida de las ciudades griegas del Asia Menor y del Mar Negro. Hasta entonces la visión del mundo griego no pasaba de ser una imagen de escenario operático impuesta de alguna manera por los parnasianos franceses y por la visión casi estática del mundo griego antiguo que desplegaban los arqueólogos alemanes e ingleses. Pero la esencia vital de Grecia, de aquella que seguía y sigue viva hasta el día de hoy, era casi imposible mirarla o descubrirla a través de las repeticiones, en lengua griega, de las modas literarias europeas,

Las distintas escuelas extranjerizantes, e incluso la del lamento y del dolor, no lograban llenar un vacío de expresión que comenzaba a producirse en Grecia por esos años de 1926. Además, pareciera que esas tendencias se hubieran negado a ver la cruda realidad de la Hélade, es decir, no querían reconocer que el mundo de mármol, blanco, perfecto, que debía dominar el orbe, se había desplomado como lo que era; una simple tramoya de cartón. Tal vez no supieron entender que el espíritu griego no residía en la forma externa de su expresión, sino que era una corriente vital que, como tal, se transforma de miles de maneras para seguir subsistiendo; que el espíritu griego está y reside en la tradición y en su mito, en su lengua considerada como una unidad desde los tiempos de Homero hasta nuestros días, que los grandes contrastes de la geografía están allí presentes para seguir plasmando formas nuevas.

Seferis es el primero que lanza su grito de batalla. Según el profesor Mario Vitti, el volumen de poemas Strofí (Estrofa / Giro), del poeta, es el primero que marca un rumbo a seguir en la literatura. Llama la mirada a posarse en los intersticios del alma griega y descubre otra vez que el mundo griego gira en torno a la imponente y silenciosa presencia del Mar Egeo. Es, indudablemente, una mirada renovadora. La chispa que se espera para que todo vuelva a ser profundamente helénico. En este volumen, sin apartarse de la rigidez de las formas clásicas, Seferis les da un nuevo respiro, puebla de sentidos y, por así decirlo, de alma las formas que parecieran moles de piedra. Aparecen símbolos griegos que no necesariamente nos remiten al recurso de la enumeración de nombres antiguos como una prueba de erudición, sino que recarga de significados esos símbolos recuperando sus antiguas valencias y enriqueciendolos con su aporte nuevo.

Es importante recordar el hecho de que Seferis haya nacido en Esmirna, una tierra helénica que no perteneció al moderno estado griego; porque eso nos deja entrever en su poesía que su concepción de la helenidad va más allá de las fronteras políticas del moderno estado. Entrega al concepto de helenidad una amplitud geográfica y humana que nos hace recordar el concepto que tenían de ella los griegos de la era clásica. 0 bien la idea del helenismo que tenía Kavafis, quien afirmaba de si mismo: “no soy ni heleno ni helenizante; soy helénico”, vale decir, ni una cosa acabada, perfecta, ni una entidad que imita un cierto patrón, sino un ser portador del proceso en formación constante propio de la helenidad. Entonces, podríamos afirmar de Seferis que, más que interesarse en la forma externa de la helenidad, quiere desentrañar la ilación interna -invisible- de lo helénico; y si rescata el mito, no lo hace por su supuesta belleza externa, sino por su mecanismo interno que puede desplegarse hasta el infinito.

Se podría pensar que Seferis encuentra el hilo conductor de la entidad griega en el mito y en la tradición, que no vendrían a ser otra cosa que dos formas de la memoria histórica. Por eso en su poesía no hay desesperación ni desesperanza, aunque quizá', sí, amargura; sabe bien que Odiseo regresa al fin y que la sangre de Agamemnón es vengada en justicia por Orestes, aunque este tenga que expiar errando hasta llegar a Atenas. Está cierto de que, a pesar de su condena, es Sócrates quien pervive y no sus acusadores. Sabe también que, a pesar de la guerra civil griega (19146-1950) y de las represalias que se toman en contra de los vencidos, hay una corriente subterránea -indeleble- que persiste contra viento y marea: la lengua y su memoria Pero la lengua no es una realidad anquilosada, no es una instancia que busca encontrar un equilibrio perfecto para desligarse del tiempo y permanecer incólume y vigente por los siglos de los siglos. Es una entidad viva como un río que serpentea y salva obstáculos, llena de contradicciones y remolinos, que además precisa de sus fuentes para seguir corriendo y buscando constantemente un equilibrio.

La dura confrontación entre los dos mundos del poeta -el diplomático y funcionario de gobierno G. Seferiadis y el poeta creador e innovador George Seferis- hace de su vida una profunda y silenciosa llaga. “Donde Quiera que viaje la Hélade me hiere... El barco que navega se llama AG ONIA...937.” Y viaja, como director de prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores de Grecia acompaña la peregrinación del gobierno exiliado... El Cairo, Transvaal, Beirut, Sicilia, etc. Desde la distancia sufre. El bombardeo y ocupación a sangre y fuego de Creta, la falta de información que los aliados ingleses han impuesto acerca de las luchas de la resistencia griega contra las tropas alemanas e italianas de ocupación, la incapacidad y ceguera de los gobiernos del exilio que no ven más allá de la punta de sus narices y que ceden y se dejan arrastrar por mínimas ambiciones de poder, olvidando la razón de su exilio: la defensa de la helenidad. El poeta ve perderse, traicionada; la esencia de lo griego, aquello por lo que él vive y palpita. Como diplomático y funcionario de gobierno pone todo aquello que está de su parte para evitar errores irreparables, o para aminorar las consecuencias de los ya cometidos. No tiene otro patrón de conducta que defender lo que el considera como los valores irrenunciables de la helenidad. Ello le acarrea antipatías y recelos; algunos lo acusan de comunista y estos a su vez de fascista. Pero él se desplaza en una atmósfera que está más allá de las estrechas concepciones del bien y del mal que manejan sus colegas del ministerio o los políticos que no ven en el poder sino el cetro y la corona. Como poeta busca la esencia de la helenidad, entiende la lengua griega como una unidad desde la épica homérica hasta nuestros días, busca el equilibrio exacto entre la razón y la emoción, la armonía entre el ser humano y su entorno, las voces detenidas entre las piedras que susurran todavía en lengua griega. En Alejandría se encuentra con Proteo, en Chipre con Teucro y el fantasma de Helena... donde quiera que viaje encuentra una raíz helénica en el mundo secreto de las almas.



Seferis es quizá el exponente más severo de la “Generación del Treinta” en Grecia. Aunque no llega a abrazar el surrealismo, como lo hacen otros poetas de su generación, logra imponer un sello y dar un nuevo cauce a la poesía griega de entreguerras, y aun a la posterior. A pesar de haber nacido en Esmirna y de haber vivido allí toda su infancia, no cae en el recurso retórico de llorar su ciudad natal reducida -literalmente- a cenizas. El simplemente observa, tal vez con un dolor profundo, pero silencioso, en el alma: “Las casas que tuve me las quitaron. Sucedió / que fueron los años bisiestos; guerras destrucciones exilios...” con ese espíritu logra dar un respiro a la densa atmósfera creada por la imagen del poeta doliente y suicida. Crea una abertura en la negra capa de la poesía del dolor, surgida luego de la destrucción del Asia Menor, que se transforma en una ventana a través de la cual se puede ver el mundo que, si bien es duro, es eminentemente solar; una realidad luminosa que comienza a echar raíces en la literatura griega de lo años treinta. La característica general de la "Generación del Treinta" reside en el hecho de enfrentarse con ojos nuevos a lo que es la realidad helénica y descubrir que los verdaderos valores de la '“grecidad” no han sido hasta el momento tocados sino de soslayo por algunos autores. Hemos dicho anteriormente que primaban, en el ambiente cultural griego del siglo XIX y principios del actual, las concepciones estereotipadas de Grecia que se podían recibir de los parnasianos y de la arqueología. Pero aunque los arqueólogos europeos hicieron un descubrimiento de gran envergadura y de importancia capital al develar los tesoros del pasado, no dejaban de entender el mundo griego como una entidad detenida en el tiempo y, me atrevería a decir, carente de dinámica histórica. Frente a esa realidad, la "Generación del Treinta" -un grupo de desencantados de esa literatura que no veía de la Hélade sino el museo montado por las academias extranjeras- es la primera que descubre el mar Egeo, el innombrable juego de luces y sombras, la pujante realidad de un sol vertical que quema los mármoles y que, siendo una entidad viva, reclama la presencia de una dinámica interna de la historia y la realidad griegas. Es este grupo el que decide no mirar más la forma externa del legado que han recibido, sino desentrañar el mecanismo que hizo posible el viaje de Odiseo y las enigmáticas sonrisas de los efebos que vegetan en los museos. Y de este grupo, es Seferis quien cala más hondo en la esencia de lo clásico. En su volumen de poemas "Mithistorema" hace renacer el mito a través de sus propias carnes. Lo revive en su contenido prescindiendo de las formas y lo hace brillar en su desnudez. Viajando con su propio dolor realiza el viaje de los Argonautas. Luego las vicisitudes políticas de la Europa de los años 40 lo destierran y lo hacen errar de puerto en puerto esperando a cada instante el regreso. Vive entonces la obsesión de Odiseo y, como él, se atreve a consultar a los muertos y los invoca para hallar auxilio; quiere entender su vida y comprende que no es más que el sino de la helenidad. Sabe, además, que la realidad de Grecia, en todos sus aspectos, está ligada a su suelo. En África del sur no logra acercarse a los muertos. ¿Cómo si no hay asfódelos? Sólo agapantos, los asfódelos de los negros y ¿cómo aprender una nueva religión? No porque sea imposible explicarse los rituales y participar en ellos imitando a los otros concurrentes, sino porque una religión es una manifestación cultural infinitamente pro-funda, llena de simbologías que es preciso entender y, para ello, no hay otro camino que sumergirse en la cultura y las tradiciones jugándose la vida. Al igual que lo ha hecho con lo helénico.


La poesía de Seferis es, por tanto, compleja y simple a la vez. Compleja porque en ella nada es gratuito y sus referencias tácitas a otros creadores y pensadores griegos anteriores es constante. Y es también simple, porque la atmósfera que crea y que nos envuelve desde el primer verso, transluce toda la armonía y la calma del equilibrio que tan afanosamente buscaron los griegos, desde siempre, en sus manifestaciones artísticas y sociales.



Pedro Ignacio Vicuña

2 comentarios:

  1. Hola Sr. Pedro Vicuña: He estado visitando su página debido a qe a mis manos llegó una antología de poetas griegos; en esta antología vienen autores qe usted menciona en su blog. Ha sido de gran ayuda esta visita, pues cada vez qe me encuentro con algún poeta griego de la antología, usted lo menciona en su blog, cierto dato biográfico. Chido. Desde Méjico lo saludo i felicito.

    ResponderEliminar
  2. Estimado Pedro Ignacio Vicuña,

    Soy Coralia Pose, alumna de la universidad de Oviedo en la que actualmente, en colaboración con la universidad de Málaga, estoy realizando la Tesis doctoral, la cual versa sobre la recepción española del poeta y premio Nóbel Yorgos Seferis.

    He tratado de ponerme en contacto con usted en reiteradas ocasiones, pero no he tenido suerte. Lo intento ahora a través de su blog.

    He recapitulando todo lo que se ha traducido y publicado sobre el literato en España, generalmente a partir de 1963 cuando recibe el premio Nóbel. Y me pongo en contacto con usted ya que me consta que en 1989 publicó Antología poética de Giorgos Seferis en la editorial Visor de Madrid.

    Me gustaría saber si realiza la traducción a partir de la versión original o de la versión inglesa o fancesa, y qué motivaciones le llevan a traducir a Seferis.Si fue un libro que tuvo buena acogida entre el público, etc..

    Asimismo me sería de gran interés saber si usted tiene constancia de alguna traducción de Seferis anterior a 1963.

    Y ya para finalizar, ¿Tiene constancia de que Seferis haya influido en algún poeta de habla hispana? ¿le ha influido a usted como poeta?

    Agradezco su colaboración,

    Atentamente

    Coralia Pose
    coralia.pose@gmail.com

    ResponderEliminar