viernes, 13 de enero de 2012

LA GENERACIÓN DEL 30 EN GRECIA




La Generación del Treinta, en Grecia, no es un asunto fácil de tratar. Porque más allá de significar la aparición de un grupo de brillantes escritores y poetas que irrumpen en la escena cultural griega del primer tercio de este siglo, señala también un giro fundamental en la sociedad griega en lo que respecta a la apreciación que ella tiene de si misma, de la connotación de su pasado histórico y del significado de las luchas por la liberación del imperio Otomano. Señala de esta manera la derrota de una concepción de Grecia, avalada tanto por las potencias y la intelectualidad europea del siglo 19, como por el purismo dominante que fue incluso capaz de imponer el estrecho marco de la gramática clásica griega a un idioma que había sobrevivido con sus transformaciones naturales más de 2000 años.
 Me refiero con esto a la implantación de la lengua “Katharevousa” o purificadora, engendro artificial que transformándose en la lengua oficial del novel estado, pretendía liberar al habla griega de las “impuras influencias turcas”. No es mi intención referirme en extenso a este asunto hoy aquí, sino sólo señalar que acorde con esta visión purificante del idioma, impera, también, una visión de Grecia que la pretende continuación perfecta del esplendor de la Hélade clásica y bizantina.

Afirma Yorgos Theotokás, en su libro "Espíritu Libre", que el siglo 20 comienza en Grecia en el año 1922. Y es mi parecer que esta afirmación es correcta si se tiene en cuenta que, en ese año, con la catástrofe de Asia Menor que significa la derrota del ejército griego, obligado a replegarse, en apresurada retirada desde las profundidades de Anatolia, por el ejército de Mustafá Kemal Atatürk, con el consiguiente abandono de las ciudades griegas de la costa del subcontinente, significa y señala el fin de la idea predominante en la sociedad helénica de fines del siglo 19 cual es la reconstrucción del esplendor griego del Imperio Bizantino, al menos en lo que se refiere a sus límites geográficos, conocida como La Gran Idea. Porque esta derrota militar y política, por sobre todo, no hace sino instalar una gran interrogante, un gran vacío que durante muchos años no encuentra respuesta.

Quizás la idea predominante de Grecia sobre sí misma -y permítaseme este giro- durante el siglo 19 sea el que el estado, recién en formación, no considera que la completación de su gesta libertaria iniciada en 1821 se haya logrado. En el imaginario colectivo ésta no es posible mientras haya compatriotas que viven bajo la autoridad de la Sublime Puerta y mientras las tierras ancestrales sigan bajo el dominio otomano. No hay cabida, por tanto, a la reflexión de Grecia sobre si misma, en la medida que aparece como urgente la necesidad de ayudar a los compatriotas a liberarse del opresor. De este modo, La Gran Idea toma cuerpo y se hace, hacia finales del siglo 19, un imperativo que se ve aparentemente beneficiado luego de las guerras balcánicas -a través de las que se logra entre otras cosas la reincorporación de Tesalónica al nuevo estado griego- y de la Primera Guerra Mundial, provocando una suerte de fiebre que empuja a la malhadada aventura de la incursión en Anatolia con la desastrosa consecuencia de perder las ciudades griegas de Asia Menor, como es el caso de Esmirna y el arribo de cerca de un millón y medio de refugiados griegos al nuevo estado heleno.

Habría, quizás, que añadir que junto a esta visión que termina de manera tan catastrófica, se produce -y de manera violenta- un crecimiento explosivo de la población urbana con la consiguiente urbanización del modo de vivir. Sólo en El Pireo y Atenas se instalan más del 80% de los refugiados de Asia Menor, con lo cual la ciudad crece de manera intempestiva generando bolsones marginales antes desconocidos para el recién formado estado y se introducen además formas y modos que eran particulares de los habitantes griegos de Asia Menor. Pero estos no son más que algunos datos que dan cuenta de la gran convulsión que se produce en Grecia con el término de la cosmovisión imperante durante el siglo anterior. El asunto concreto es que se produce un derrumbe del cual aparentemente no hay modo de salir.

Para entender esta cuestión habría que decir que durante el siglo diecinueve y antes, durante la dominación otomana, la noción de ser griego no respondía necesariamente a una pertenencia geográfica sino más bien a la pertenencia a una lengua, religión y cultura comunes. Es decir, era tan griego el heleno habitante de Esmirna o Constantinopla (hoy Estambul), súbdito de la Sublime Puerta como el habitante de Tesalia o el Peloponeso, súbditos del novel estado griego, o como el habitante heleno de Alejandría que compartía la ciudad con ingleses, italianos y árabes. El ser griego era entonces - y me atrevería a decir que continúa siéndolo, aunque desde un ángulo de visión diferente ya- una forma de entender el mundo, un modo de relacionarse con el entorno y una determinada concepción de la participación en el conjunto social, determinada por dos fuentes fundamentales, a saber: una memoria colectiva, quizás difusa tal vez, del universo panteístico individualista y político de la Grecia clásica precristiana, con su concepción de la virtud y el materialismo pragmático inherente a ella y la memoria más reciente -aunque no tanto- de la austeridad y severidad, fastuosa a veces, del cristianismo convertido en estado teocrático como lo fue Bizancio y ambas presentes simultáneamente a través de una lengua de más de dos mil quinientos años de vida continua. Y este universo, hasta antes de la Catástrofe de Asia Menor, μικρασιατικη καταστροφή como la llaman los griegos hoy en día, tuvo la gracia de no verse constreñido a límites geográficos. Gozaba, por tanto, el griego de una libertad de movimiento impresionante, tanto en términos geográficos como espirituales, sin el menor asomo de perder su identidad en tanto que heleno, era lo que llamaríamos en el día de hoy, ciudadano del mundo. (Indudablemente que lo sigue siendo, basta saber que hay en casi todas partes del mundo comunidades griegas formadas por emigrantes que siguen manteniendo -de manera cada vez más esforzada, por cierto, - el sello de la grecidad.) Pero el golpe que significa la derrota militar y el fin de La Gran Idea, en términos de sucumbir a la modernidad constriñendo a una nación sin fronteras a un claro y preciso espacio geográfico, produjo a mi entender el anonadamiento y la perplejidad que hundieron en la inmovilidad el quehacer intelectual griego de la década del veinte.

Se suma a ello la constante convulsión política de principios de siglo que lleva en algún momento a la abolición de la monarquía y luego a la reinstalación de ella, a la sucesión de gobiernos liberales y conservadores monarquistas que terminan con la implantación de la dictadura de Ioannis Metaxás. Pero lo que aquí nos interesa, es el fenómeno literario. Debo ser necesariamente arbitrario y comenzar hablando del clima de la derrota que se instala en la generación anterior a la del Treinta, producto de lo señalado tan sucintamente más arriba, para entender mejor de qué manera la aparición de la Generación del Treinta significa un verdadero vuelco. Permítaseme antes, aclarar que la denominación de generación no necesariamente se refiere, en este caso, a autores estrictamente coetáneos, sino más bien a una simplificación en la denominación de un grupo de intelectuales que comparten una visión similar, o afín, de la literatura y de postura frente a la vida.

Las voces de los poetas que marcan el sello de lo que el profesor Mario Vitti llama la generación del veinte, parecen no poder arrancar del pesimismo de la derrota. Pareciera ser que imposibilitados de sobreponerse a las experiencias traumáticas de la guerra toman distancia de cualquier iniciativa de cambio o liberación y se desligan de toda lucha, de toda participación social y se entregan a los “viajes de placer”, como dice el mismo profesor Vitti. Los poetas que hacen su primera aparición en los años de la guerra, parece ser que usan de los viajes sólo para escapar del tedio de la vida cotidiana y de las dificultades de ese tiempo. Parecen estar demasiado debilitados por las vicisitudes y la inseguridad política de su época como para hacerse cargo de ella, leerla, interpretarla y darle una salida; no logran atisbar una esperanza que pueda desembocar en energía vital. La poesía parece funcionar en ellos como una forma de confesión de su incapacidad para enfrentar el mundo y a la vez como válvula de escape para aliviar la incomodidad de su espíritu. Cito al profesor Mario Vitti: “Las consecuencias sociales y demográficas de la ola de inmigrantes de Asia menor, luego de una larga y agotadora guerra acentúan la ya agudizada situación. Frente al revuelo social e ideológico y al reordenamiento poblacional que fatalmente provocarán un giro en la marcha de la intelectualidad griega, los poetas del 20 permanecen provocadoramente indiferentes y apáticos.” Y esto llega a tal punto que el escritor y crítico Fotos Politis afirma: “En ninguna parte inquietud interior, en ninguna parte una intención hacia el prójimo. Ninguna forma crece de nuestra vida común. Nuestras palabras son fáciles, groseras, pálidas y tambaleantes... La naturaleza griega está hoy día muerta y desierta y sobre ella deambula el vaho calcinante del individualismo sin freno. Pero la flor de la poesía no crece en extensiones arenosas y calcinadas.”

A partir de esta cita pareciera ser que se instala en la generación de los poetas que publican sus obras en este período de guerras y de derrota militar la certeza de que algo intrínsecamente propio ha muerto de manera irremediable: Grecia. La Hélade, entonces, de acuerdo a esta afirmación de Politis sería posible si, y solo si, el delirante proyecto de la Gran Idea hubiese llegado a buen término, y esta afirmación no hace sino dejar en evidencia que la concepción que la intelectualidad griega tiene de su país está determinada por el inmovilismo histórico. Esto significa que no ha habido una visión hacia adelante, hacia el futuro, sino sólo hacia atrás y que por lo tanto, Grecia, como la mujer de Lot, se ha convertido en estatua de sal. Y este inmovilismo no puede sino generar angustia, depresión y por lo tanto tedio.

Y es a tal punto insuperable el tedio de vivir que el poeta Kostas Kariotakis llega a escribir “toda realidad me es abominable”, es tan inconmensurable la desesperanza que incluso, el mismo Kariotakis, demora su suicidio anunciándolo en el poema

“Suicidas Ideales”

Todo terminó. He aquí la nota,
breve, simple, profunda, como corresponde,
de indiferencia, llena, de perdón
para aquél que ha de llorarla y de leerla.

Miran el espejo, miran la hora,
preguntan si es error acaso o locura,
“todo terminó” susurran “ahora”,
que han de postergar, seguros, en el fondo.


De modo similar, sin una salida posible, en la incapacidad de afrontar como el “fecundo en ardides Ulises” las nuevas circunstancias, el único deseo parece ser acelerar el fin, como ocurre con Kostas Uranis para quien la vida se convierte en un naufragio:

“Dejen ya de lanzar la señal de peligro,
los aullidos de la histérica sirena detengan
y abandonen el timón en manos de la tormenta:
el naufragio más horrible sería el salvarnos!”

Indudablemente que, cuando se pierde la capacidad de entender el mundo históricamente, cuando se pierde de vista el enunciado heraclitiano de que todo fluye, es preferible perderse antes de continuar viviendo una vida monótona, sin deseos, sin convicciones y sin fe.

Y cuando la fe sigue presente, lo hace de manera perversa, no en una visión hacia el futuro, no con la esperanza de la vuelta de la rueda de la fortuna, sino fijándose enclavado en la memoria dolorosa, transformándola en culpa. Entonces, no sólo en la desesperanza se manifiesta la derrota para esta generación, también aparece la culpa, que es otra forma de la negación de la vida, aunque por lo menos requiere de la vigorosidad de relacionarse con el entorno para poder dar esta respuesta, y esta es la postura que adopta el poeta Takis Papatsonis:

Me siento que soy un hombre manchado,
de un rico jardín con flores y fuentes
noche y día por fuera de sus Rejas camino
y no veo que se abra la Gran Puerta para entrar.

Frente a esta postura no cabe sino preguntare ¿qué es lo que se ha perdido tan irremediablemente que no hay otra salida sino la negación de la vida o la culpa que no permite gozar de ella? Porque si lo que se ha perdido es una idea prefabricada de Grecia, un ansia de grandeza que no correspondía en absoluto a las actuales coordenadas histórico-sociales del país, si lo que se ha perdido es la visión extática e idealizada que durante el siglo diecinueve Europa tenía del universo clásico griego, una visión “congelada” como la llama el poeta Elytis, y en gran medida equivocada si es que no falsa, tendríamos que conceder que el carácter de lo helénico que se pretendía perpetuar, no era sino la forma externa y no la esencia de la grecidad. Pero lo que más llama la atención en esta generación de poetas del veinte, es que pareciera que viven aislados de lo que ocurre en sus países inmediatamente vecinos. Es como si hubiesen caído en el más profundo sopor del narcisismo y se desentendieran de que la convulsión social e histórica no sólo ha provocado una estrepitosa caída y derrota de las pretensiones griegas, sino que hace su irrupción también en Italia, con el ascenso del fascismo que pretende recrear de mano del Duce el imperio romano, que el fin de la guerra ha provocado el comienzo del desmembramiento del imperio otomano, que paralelamente al fascismo, el gobierno bolchevique instaura también un régimen totalitario y que ambas concepciones del estado pretenden tener la panacea para la solución de los problemas sociales.

Para ser justos, hay que dejar en claro que contrariamente a esta postura, los prosistas griegos de esta generación sí enfrentaron la situación y participaron activamente en la lucha ideológica que comenzaba a desarrollarse en todo el mundo. Porque las transformaciones sociales que tuvieron lugar en Grecia, no son sino el paralelo y también el resultado de las transformaciones sociales que sobrecogieron al mundo en esos años: La caída del Zar en Rusia con las convulsiones que llevaron a la revolución bolchevique, la Gran Guerra, la aparición de las vanguardias artísticas como el expresionismo, el dadaísmo, el futurismo, el constructivismo, el surrealismo que también producían grandes convulsiones en los ámbitos de la intelectualidad europea. Un ejemplo de ello es el gran escritor cretense Nikos Kazantzakis, que por año de nacimiento debería pertenecer a esta generación, y, sin embargo, recorrió todo el mundo para ver de cerca y empaparse de las experiencias que significaban los grandes cambios sociales de la época dondequiera que se produjesen. Así visitó la Rusia de la revolución bolchevique, la China que terminaba con siglos de imperio y la Italia que se convulsionaba con la avalancha de los camicie nere.

Y no sólo Kazantzakis adopta una postura vital, como es la curiosidad de conocer otras naciones -rasgo atávicamente helénico- también el Mitilinio Stratís Mirivilis descubre la fuerza de la pulsión vital en medio de las convulsiones, y concretamente, en medio de la guerra. En las trincheras, enfrentado a cada momento a la muerte, Mirivilis descubre y aprende a apreciar el valor de la vida. Las inútiles matanzas alrededor de su trinchera le hacen ver los campos de su infancia con un nuevo sentido y ya en 1912 publica en el periódico local de su isla un relato referido a las guerras balcánicas “La Flor Roja” y luego por entregas la novela “La vida en la tumba”. Desde la situación del joven saludable que no quiere que lo maten, descubre el sentido de la vida. Por otro lado descubre que la “civilización” que traen los occidentales a Grecia no es sino la civilización de la tecnología de la guerra. De igual modo acontece con Elías Venezis.

Estas manifestaciones, sin embargo, aunque de alguna manera anuncian el hecho de que la derrota no ha sido lo suficientemente grave como para dejar la actividad intelectual de Grecia en un punto muerto, no significan necesariamente que el espíritu de la derrota ha sido definitivamente superado. Es cierto que en Kazantzakis hay una fuerza indomeñable que le empuja a defender su libertad a ultranza, que lo empuja a querer ser señor y dueño de si mismo, así como reza en el epitafio del autor cretense- No espero nada, no temo nada, soy libre, pero su mirada no deja de estar emparentada con las grandes hazañas del hombre voluntarioso que puede cambiarlo todo. En ese sentido, permanece, de alguna manera apegado a las concepciones del siglo diecinueve, en la medida que no pone en tela de juicio la razón lógica. Creo que es precisamente este modo de pensar el que hace crisis en la Europa de principios de siglo y es este el callejón sin salida de donde no pueden salir los poetas de la generación del veinte, en Grecia.

Sí, creo que Yorgos Theotokás tiene razón. El siglo diecinueve termina en Grecia el año 1922. Pero no sólo en Grecia ocurre esto. Podríamos aventurar que la Primera Guerra mundial, es en realidad la última del siglo diecinueve, puesto que señala definitivamente el fin de una época, la crisis de la segunda revolución industrial y la incorporación de nuevas formas de entender el funcionamiento del estado.

Hasta aquí, creo que podemos dejar esta especie de introducción al tema que nos interesa. El hecho fundamental radica en que de manera inmediatamente posterior se produce una eclosión de vitalidad que puede ser explicada de muchas maneras pero que por el momento me interesa dibujar, señalar, dar un poco del aroma de su atmósfera. Como ocurre con el desierto florido, de la manera más inesperada un hálito de pujanza vital comienza a recorrer las sombrías estancias donde la Hélade llora su equivocada muerte. Desde la muerte aparece la nueva vida y este será un tópico recurrente en la poesía de Odysseas Elytis, el de la resurrección. Comienza Grecia a verse a si misma como continuidad ya no externa, sino como -y permítaseme esta desviación metafísica- una continuidad del alma, de la lengua, vuelve a mirar hacia el Egeo, hacia la arquitectura humilde y extremadamente bella que se encarama, como cuerpos que crecen interminablemente, por los secos riscos de las islas insuflando de vida la aridez del paisaje.

Desde estas ruinas, desde esta negra pesadumbre, de la memoria de la guerra y de la derrota, frente a este callejón ciego, cuando la concepción de Grecia que imperaba ha caído como un ídolo de barro y lo que queda no es sino la realidad tangible, los olivares y viñedos y el mar, patria profunda de los griegos, cuando el lamento parece ocultar la realidad bajo un velo autocompasivo y, más que eso, autodestructivo, la Grecia muerta y desierta como la percibía Fotos Politis, vuelve a mirarse y a buscar su voz, y encuentra su verbo nuevo y vigoroso en la Generación del Treinta. Las transformaciones sociales que se han producido en Europa, especialmente a partir de la revolución de Octubre en Rusia, que han transformado al proletariado en un actor decisivo en la política occidental, hacen su aparición en Grecia, en términos literarios, claro está, de la mano del poeta Nikitas Randos, seudónimo de Nikolaos Kalamaris, -quien escribe además con los seudónimos M. Spieros y Nikos Kalas- el que habiendo asimilado las tendencias vanguardistas de la época se alza en contra de los poetas melancólicos y lúgubres contraponiendo una sensualidad provocadora. Su palabra, irritante, persigue impresionar y provocar:

En otra parte otras voces
bodegas marcadas con potentes mandatos
besan cuerpos, que no los quieren,
y caminos, sensuales extensiones de las obras
se lanzan a los barcos
donde con los cuerpos semidesnudos de los obreros
si acaso el sol dulcemente los entibia
se cansan en las horas de descanso
encendiendo velas a Afrodita.

Pero éste sólo asoma la visión de un universo otro, abre una ventana y es en eso un precursor. Le otorga al mar una nueva dimensión de vida que lo hace afín de inmediato -y esta será la tónica de esta generación- a los incansables marinos que surcaron desde siempre y en la misma lengua que ahora las turbulentas y mansas aguas del mediterráneo oriental.

Basta su voz.
tenía el color del mar cuando golpea las rocas
su pecho como gruta abierta abrazaba todos los tiempos
bebía los mistrales las canículas las mansas aguas de Mayo
Se derramó su voz dentro de todos los sonidos
de la salvaje vida de las costas sureñas de Creta.

y sus dolidas palabras relucían por el tono de justa ira.

El poeta Yorgos Sarantaris trae la voz prístina de sus preocupaciones metafísicas, abriendo caminos a una expresión sustanciosa, directa, imponente con proyecciones a lo absoluto.

Viento

Oh los pájaros que oíamos
No quedaron pájaros
Se hicieron de pronto vientos
y nos enloquecen.

Lo interesante que se produce en Sarantaris, y que denota un regreso a las cosas tangibles, en términos de expresar un universo espiritual a través del universo material -otro rasgo común de esta generación, es la austeridad de recursos:

Enjambres los deseos
Las esperanzas, las niñas de nuestro ojos
estrujaron la tristeza
sobrepasaron al sol
guardaron su luz
el árbol con las raíces
con sus frutos con los astros

Plasmando las entrañas de la salud.

También, hace su irrupción en las letras griegas de ese tiempo, por primera vez de manera consciente y tangible, la corriente estética más nueva de Europa, el surrealismo, de la mano del poeta Andreas Embirikos. Si bien su poesía permanece de las menos asequibles al lector común y es de alguna manera una lectura para iniciados, su influencia en el desarrollo de las nuevas tendencias de la poesía griega es no sólo innegable sino de todo punto de vista fundamental. Con él la construcción poética queda patentemente libre y no es de extrañar que uno de sus grandes amigos e iniciados por él en esta nueva tendencia sea el poeta Elytis, que si bien acoge los métodos de la escritura automática los desecha en términos de privilegiar la construcción más consciente del poema, pero teniendo ya en la mano la herramienta que le permite recorrer con la mayor libertad el universo de las asociaciones posibles. Pero Embirikos no es el único surrealista de esta generación, lo es también Nikos Engonópulos, con la diferencia de que el primero viene directamente de la fuente, es amigo personal de André Bréton y es también miembro de la sociedad psicoanalítica y sicoanalista él mismo, disciplina fundamental para el surrealismo en la medida que persigue liberar las manifestaciones del inconsciente. Me disculparán por no leerles textos de ninguno de estos dos poetas, pero la verdad es que son realmente intraducibles, dado que juegan con la lengua katharevousa o purificante de modo de hacer de éste la parte más sustancial del poema, puesto que en castellano no tenemos esa particularidad idiomática, la traducción no sería ni la sombra de lo que ellos han escrito.

Podríamos hablar largamente de estos poetas, podríamos referirnos, también, de manera extensa a Yannis Ritsos y a Nikiforos Vrettakos que forman asimismo parte de esta generación, y que abrazan tempranamente la causa social, especialmente Ritsos al irrumpir en la escena literaria griega luego de la matanza obrera de mayo de 1937 en Salónica, con su poema Epitafio, musicalizado por Mikis Theodorakis de manera magistral. Pero hemos estado insinuando de distintas formas y quizás sin mucho ímpetu que lo que se produce con esta generación es fundamentalmente la recuperación de la esencia helénica. Y esto es lo que me interesa en este momento recalcar.

Para muchos, especialmente en el occidente católico y protestante, existen dos Grecias. Una, y es la que aprendemos incluso nosotros en nuestros liceos, que la entiende como una civilización extinguida allá por el año 170 antes de Cristo, cuando pasa a ser provincia romana, y otra la de las islas de casitas blancas, con mujeres vestidas de negro y de hermosas playas. Para otros, un poco más conocedores, aparece una tercera Grecia algo confusa y confundida entre las intrigas palaciegas de Bizancio. Pero aunque estas tres visiones se juntaran así una al lado de la otra no poseen para los no griegos, incluso para muchos de ellos, especialmente los partidarios de la Gran Idea, una continuidad. Lo que realmente produce la eclosión intelectual que se llamó Generación del Treinta, es precisamente un giro en esta concepción y logra sacar del marasmo de la derrota a la generación anterior precisamente porque al entender a Grecia como una continuidad, se la entiende como una sociedad y -por qué no- como una civilización viva, que por lo tanto tiene movilidad en el tiempo hacia adelante y hacia atrás. Porque el problema de la reconstrucción del pasado, como verbi gracia, pretendía -simplificando, por supuesto- la Gran Idea, es, como ya lo he dicho antes, que se consideran cerradas las puertas del futuro. El ser griego, por lo tanto, y este es un descubrimiento esencial, no son determinados monumentos, sino que es una manera de entender el mundo, de relacionarse con la realidad material circundante tratando de aprehenderla, de transformarla, de transmutarla. Por lo tanto no es importante recrear el Partenón o el Templo de Artemisa en Efeso, sino descubrir los mecanismos del espíritu que hicieron posible la construcción de ellos y por lo tanto de otros más nuevos y actuales aún. Yorgos Seferis, da de alguna manera la pauta de esto con su poema Mithistorima (Novela o mito historiado) al rehacer el viaje de Odiseo, esta vez en sentido inverso, otra vez en 24 poemas, correspondientes, por supuesto, a las veinticuatro rapsodias de la Odisea de Homero e incluyendo en ellos todo el universo de la civilización griega desde entonces hasta nuestros días en imágenes que pasan por el misterio ortodoxo, palabras de platón y la cruda realidad de una Grecia sumida en el desgarro de las convulsiones sociales y de la derrota. Indudablemente que aquí lo que logra Seferis es unir lo heredado con la renovación del verbo poético.


IV

ARGONAUTAS.

Y el alma
si quiere conocerse a si misma
a un alma debe mirar1
vimos al enemigo y al extraño en el espejo.

Eran buenos los muchachos los compañeros, no gritaban
ni por la fatiga ni la helada ni la sed,
tenían la manera de los árboles y de las olas
que reciben el viento y la lluvia
reciben la noche y el sol
sin cambiar dentro del cambio.
Eran buenos muchachos, días enteros
transpiraban al remo con los ojos bajos
respirando al ritmo
y su sangre enrojecía una piel sometida.
Una vez cantaron con los ojos bajos
al pasar la isla desierta con los nopales
hacia el poniente, más allá del cabo de los perros
que ladraban.
Si quiere conocerse a si misma, decían
a un alma debe mirar, decían
y los remos golpeaban el oro del ponto
dentro del crepúsculo.
Pasamos cabos muchos muchas islas del mar
que trae la otra mar, gaviotas y focas.
A veces mujeres desventuradas aullando
lloraban sus niños perdidos
y enfurecidas, otras, rondaban a Alejandro
y glorias hundidas en el fondo del Asia.
Anclamos en costas llenas de aromas nocturnos
con cantos de pájaros, aguas que dejaban en las manos
la memoria de una gran ventura.
Mas los viajes no acababan.
Sus almas se hicieron uno con los remos y las chumaceras
con la cara seria de la proa
con el surco del timón
con el agua que quebraba sus figuras.
Los compañeros se fueron terminando d a uno
con los ojos bajos. Sus remos
enseñan el lugar donde duermen en la playa

Nadie los recuerda. Justicia.


XII

BOTELLA EN EL MAR

Tres rocas unos pocos pinos quemados y una ermita
y más arriba
el mismo paisaje copiado recomienza;
tres rocas en forma de portal, oxidadas
unos pocos pinos quemados, negros y amarillos
y una casita cuadrada enterrada en la cal;
y hacia arriba muchas veces todavía
el mismo paisaje recomienza escalonado
hasta el horizonte hasta el cielo que reina.

Recalamos la nave aquí para remendar los remos quebrados
beber agua y dormir.
La mar que nos amargaba es profunda e insondable
y extiende una calma infinita.
Entre los guijos, aquí, encontramos una moneda
y la jugamos a los dados.
La ganó el más pequeño y se perdió.

Volvimos a embarcarnos con nuestro remos quebrados.
Si aparentemente en Seferis hay un dolor por las cosas perdidas, por el pasado ido, indudablemente fluye en su verbo una esperanza irreductible por el futuro.

En su poema Tres Poemas Ocultos, logra traer a nuestros días la antigua tragedia clásica y hacerla patente para nosotros en nuestra realidad. Logra con una voz serena y llena de pesares, que para nada son autocompasivos, establecer un puente indeleble que unifica toda la historia y la vida del pueblo griego.




TRES POEMAS OCULTOS.

SOBRE UN RAYO DE SOL INVERNAL

III

Los compañeros me habían vuelto loco
con teodolitos sextantes brújulas
y telescopios que agrandan las cosas -
mejor se hubieran quedado lejos.
Dónde nos llevarán tales caminos?
Sin embargo el día aquel que comenzó
puede aún no se ha apagado
con un fuego en una quebrada como rosa
y un mar anáero a los pies de Dios.


VII

La llama sana la llama
no con el gotear de los momentos
sino un destello, de repente;
como la pasión que se acopló a la otra pasión
y restaron clavadas
o cual
ritmo de música que queda
ahí al centro como estatua

inamovible.

No es pasaje este respiro
conducción del rayo.


EN ESCENA


El mar; cómo así se puso el mar?
Tardé años en los cerros;
me cegaron las lucernas.
Ahora en esta playa espero
que algún humano arribe
un despojo una balsa.

Pero puede supurar el mar?
Un delfín lo rajó una vez
y otra vez aun
la punta del ala de una gaviota.

Y era sin embargo dulce la ola
donde caía de niño y nadaba
y aun, cuando muchacho
mientras rondaba formas en las piedras,
buscando ritmos,
me habló el Viejo del Mar:3
“Yo soy tu tierra;
quizá no sea nadie
pero puedo transformarme en lo que quieras”.


Odysseas Elytis, el Benjamín de la Generación del Treinta, por su parte, afirma en su texto “Cartas Abiertas” “Grecia, hace tiempo he llegado a esta conclusión, es una sensación concreta –merecería encontrarse un símbolo gráfico para ella- cuyo análisis, el encuentro de sus correspondencias en todos los campos, reproduce de manera automática y a cada momento su historia, su naturaleza, su fisonomía” y es desde esta perspectiva que se detiene otra vez a mirar la naturaleza del paisaje griego y redescubre la sensualidad profunda que los olivares y viñedos tienen desde siempre consigo, olivares y viñedos que han acompañado al hombre griego desde siempre y que son quizás uno de los aportes más significativos y más soslayados de su legado al mundo actual.

EDAD DE LA MEMORIA AZUL


Olivares y viñedos lejos hasta el mar
Pesqueros rojos más lejos hasta la memoria
Élitros dorados de agosto en el sueño de mediodía
Con algas o conchas. Y ese bote
Recién varado, verde, que reza todavía en la paz del seno de las aguas Quiera Dios


Pasaron los años hojas o guijarros
Recuerdo la muchachada, los marinos que partían
tiñendo sus velas como sus corazones
Cantaban los cuatro puntos cardinales
Y tenían dibujados tramontanas en el pecho.

Qué buscaba cuando llegaste teñida por el despuntar del sol
Con la edad del mar en los ojos
Y con la salud del sol en el cuerpo -qué buscaba
En lo profundo de las grutas marinas en los sueños anchos
Donde espumaba sus sentimientos el aire
Desconocido y azul, grabando en mi pecho su emblema pelágico.

Con la arena en los dedos cerraba los dedos
Con la arena en los dedos apretaba los dedos
Era el tormento-
Recuerdo era abril cuando sentí primera vez tu peso humano
Tu cuerpo humano greda y pecado
Como nuestro primer día en la tierra
Festejaban las amarilidáceas -pero recuerdo doliste
Fue una mordedura profunda en los labios
Un profundo uñazo en la piel hacia donde el tiempo se marca perpetuamente

Te dejé entonces

Y un soplo sonoro levantó las blancas casas
Los blancos sentimientos recién lavados arriba
Al cielo que iluminaba con una sonrisa.

Ahora tendré a mi alcance un cántaro de agua inmortal
Tendré una forma de libertad de viento que sacude
Y aquellas tus manos donde se atormentará el Amor
Y esa tu concha donde resonará el Egeo.

Pero la naturaleza para Elytis no es un simple marco escenográfico donde se desarrollan acontecimientos que puedan tener algún carácter bucólico, creo que la armonía que busca está profundamente ligada al movimiento continuo, como si la clave de la comprensión de lo helénico, su conocimiento, estuviera en el postulado heraclitiano de que todo fluye y nada es nunca lo mismo sino siempre una realidad nueva. Es entonces la grecidad, más que una pertenencia a un espacio geográfico concreto, una forma de mirar y de relacionarse con ese entorno Quizás si su referencia constante a la naturaleza esté profundamente marcada por ese fragmento de Heráclito que nos dice que la naturaleza ama esconderse (φύσις κρυπτεσθαι φιλεί) y es por tanto en ella donde se pueda encontrar la clave de esa mecánica que hizo y hace posible la esencia de lo griego.

En su poema Dignum Est, se permite recurrir a la forma y la simbología bizantinas para darnos cuenta de la Grecia actual, no tiene reparos en volver a usar el verbo homérico, giros idiomáticos de otros tiempos y con eso da cuenta también de la continuidad de la lengua griega


X


En mi cara se burlaron los nuevos Alejandrinos
ved, dijeron, el ingenuo peregrino del siglo!
El indolente
que cuando todos nosotros nos lamentamos éste se alegra
y cuando todos nos alegramos
éste, sin causa, se ensombrece.
Nuestros gritos adelante sobrepasa indiferente
y lo que nos es invisible,
con la oreja en la piedra
serio y solo vigila.
El que no tiene amigo ninguno
ni partidario,
que se confía sólo a su cuerpo
y el gran misterio en las espinudas hojas del sol va buscando,
éste es,
el expulsado de las ferias del siglo!
Ya que seso o tiene
y de lágrimas ajenas no saca ganancia
y en el arbusto que quema nuestra agonía
se permite solamente orinar.
El anticristo e insensible demonista del siglo!
Que cuando todos nosotros llevamos luto,
este se viste de sol.
Y cuando sarcásticamente hablamos
se viste de idea.
Y cuando paz anunciamos,
lleva el puñal.
En mi cara los nuevos Alejandrinos se burlaron!


Para cerrar con este poeta gigante, me gustaría leerles un poema, escrito en sus inicios como escritor, en el que se enuncia, quizás de manera no muy definida aún esta concepción o deberíamos decir sensación de Grecia que el poeta descubre como motor de lo helénico.


ANIVERSARIO
...even the weariest river
winds somewhere safe to sea!


Traje hasta aquí mi vida
A esta marca que lucha
Siempre cerca del mar
Juventud encima de las rocas, pecho
Con pecho hacia el viento
Dónde irá un hombre
Que otra cosa no es que hombre
Contando con el rocío sus verdes
Momentos, con agua las visiones
De su oído, con alas sus remordimientos
Ah, vida
Del niño que se hace hombre
Siempre cerca del mar cuando el sol
Le enseña a respirar del lado en que se borra
La sombra de una gaviota.

Traje hasta aquí mi vida
Blanca medición oscura suma
Unos pocos árboles unos pocos
Guijarros mojados
Dedos livianos para acariciar una frente
Qué frente
Toda la noche lloraron las espera y no hay ya
Nadie hay ya
Para escuchar u paso libre
Para despuntar una descansada voz
En la muralla las popas chapotear trazando
Nombre más glauco en su horizonte
Unos pocos años unas pocas olas
Un remar sensible
En las ensenadas alrededor del amor.

Traje hasta aquí mi vida
Amarga rajadura en la arena que se borra
-Quién vio dos ojos rozar su silencio
Y se fundió en la solana cerrando mil mundos
Que recuerde su sangre a los otros soles
Más cerca de la luz
Hay una sonrisa pagando la llama-
Pero aquí en el paisaje ignorante que se pierde
En un mar abierto y despiadado
Se deshoja el sueño
Torbellinos de plumas
De momentos adheridos a la tierra
Tierra dura bajo las impacientes
Plantas, tierra hecha para el vértigo
Volcán muerto.

Traje hasta aquí mi vida
Piedra ofrendada al elemento acuoso
Más allá de las islas
Más abajo de la ola
En la vecindad de las anclas
-Cuando pasan quillas rajando con pasión
Un nuevo obstáculo y lo vecen
Y con todos sus delfines se acrecienta la esperanza
Logro del sol en un corazón humano-
Las redes de la duda cogen
Una forma de sal
Tallada con esfuerzo
Indiferente blanca
Que vuelve hacia el mar el vacío de sus ojos
Sosteniendo el infinito.


Con estos dos poetas, máximos representantes de la literatura griega del siglo 20, ambos Premios Nobel de Literatura, y con la generación del treinta en general, Grecia ha logrado reconstruir en y para este siglo y también para los venideros, muchos partenones, muchas Ateneas de Fidias y varias veces los ídolos cicladíticos y minoicos y la grandeza de Constantino Paleologo y de Anna Comnena y todas las obras que en el pasado los griegos legaron a la humanidad.

Pedro Ignacio Vicuña

 

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